Escuela rural en la sierra madre oriental,Tamaulipas. fot. Antonio de Marín y Quintana. |
El mismo lugar a donde Cosme Fuentes acostumbraba a ir en situaciones para él especiales. Como cuando don Pomposo, su padre, lo reprendió por aquel lío con los Dávalos, por un dinero perdido que había ido a cobrar a Pueblo Juárez.
Cosme Fuentes, empapado en sudor y cargado por la arcilla del camino se deja caer, jadeante, sobre la lisa roca de “su” puente, su confidente ficticio. Sus brazos sobre las rodillas, sosteniéndole la cabeza. Cosme anhela encontrar olvido para todo lo ocurrido apenas una hora antes, cuando sentado a la orilla de la blanca banca del parque Centenario, tomó la mano derecha de Angélica Saldívar su linda compañerita del sexto grado, y venciendo el nerviosismo le dijo:
- Yo Angélica, pus yo necesitaba hablar contigo, pus yo creo que tú ya sabes para qué te pedí que nos viéramos aquí Angélica, pus ya sabes, quiero decir que quería decirte –nervioso Cosme traga saliva y continua- o sea pus decirte, a últimas tú ya debes haberte dado cuenta que me gustas un harto y bueno, pus yo quiero decirte, preguntarte ¿si quieres ser mi novia…?
Cuando Angélica le respondió un lacónico “sí”, Cosme, con sus once años de inexperiencia a cuestas, él a su vez le preguntó:
- ¿Sí?... ¿sí quieres ser mi novia?
Hasta tres veces se lo preguntó azorado. Los ojos bien abiertos y las manos entrelazadas. No era así como Cosme lo había planeado. Ya hasta tenía elaborado un discurso de convencimiento en caso de una negativa o del clásico “pues no sé déjame pensarlo…” Pero esa inmediata afirmativa lo dejó frío. Sin saber qué hacer ni qué expresar.
Ahora ya enteramente hundida su cabeza entre las piernas, Cosme recuerda acongojado que sólo acertó a correr, sí a correr. Era esa su primera declaración de amor y petición de noviazgo, y la ingenuidad le brotó por todos los poros de su adolescente y escuálido cuerpo. Enmudeció su boca, aturdió los sentidos e inmovilizó la razón.
Ante tan inesperada respuesta, Cosme no supo cómo actuar, cómo responder y entonces corrió. Corrió hasta fatigarse, hasta llegar jadeando al puente de Coquimatlán, pasando la vía del tren.
Por días logró engañar a su madre fingiéndose enfermo, para evitar asistir a la escuela y tener que enfrentarse, cara a cara, con Angélica; sus amiguitas, sus compañeros; todos quienes seguramente para entonces ya estarían al tanto de su “escenita”.
Fue hasta el tercer día en que su dramatización quedó al descubierto. Obligado por su madre, casi a empeñotes, Cosme quedó a las puertas del colegio. Las tres horas que separan el inicio de las clases del recreo fueron un interminable martirio para él. Su cabeza giró acelerada hacia uno y otro lado. Escuchó murmullos en el vacío y tan sólo atinó a divisar objetos sin forma en la pantalla nebulosa que era en esos momentos su campo visual.
En cada palabra, en cada oración, en cada rumor escuchó cientos de carcajadas; en cada mano levantada, observó a cientos de dedos índices señalándolo, sin misericordia. Clavada la mirada en el suelo y sus pensamientos allende los muros escolares, Cosme vivió las más amargas horas de su corta vida.
¡Talán, talán! La campanadas llamando al recreo. Cosme fue el primero en salir, casi corriendo. Buscó el rincón más apartado, la sombra más obscura y un por qué en su tierno intelecto. Sumido en su puberta reflexión, Cosme contempla el majestuoso volcán de Fuego, no le presta atención. Absorto está sentado sobre un ladrillo, que de canto sostiene hasta hace unos días a un niño y que ahora no logra convertirse en un hombre.
- Hola Cosme –una voz femenina lo saluda a sus espaldas-.
El “hola Cosme” lo giran de manera automática en ciento ochenta grados. Ahí está Angélica, mirándolo fijo, con esos sus grandes ojos negros, su cabello largo recogido del lado izquierdo y un vestido de color amarillo con holanes blancos en las mangas. Cosme se queda mudo, cuando no, con la boca abierta.
- Hola Cosme –le repite con dulzura Angélica- ¿Qué ya no recuerdas que somos novios? Entonces ella se acerca despacio, le toma la mano derecha y le da un suave beso en la mejilla.
Tomados de las manos, dejan pasar la media hora del recreo, riéndose, mirándose a los ojos en silencio, acompañándose, compartiendo. Allá al fondo, el volcán de Fuego hoy presume majestuoso su imponente presencia.
amq
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