Playa del Carmen, Qintana Roo. |
Porque ese ahogado suspirito de Lavinia Martiñón por las noches y ese rojo subido en las mejillas, los provoca él. Con su indiferente presencia, Maurilio, estudiante de la carrera de ingeniería en la ciudad de Morelia, no ha hecho sino incitar en ella aún más el deseo. De nuevo al alcance de su vista y tan distante de su pasión adolescente. Como sucedió ayer en los portales de Comala, al espiarlo cuando hacía compras en la casa de don Mere.
Esta vez Lavinia no está dispuesta a repetirse frustrada “pues sí, ya será mañana”. El período vacacional está por concluir y con él su oportunidad.
Aquí en la blanca y ancha playa de Cuyutlán, Maurilio se despoja de su bata de baño y deja mostrar su atlético cuerpo apenas cubierto por un traje de baño azul.
Con sus hermosos pero aún ingenuos 16 años a cuestas, Lavinia siente de súbito el poderoso llamado de su género y la fortuna de ser mujer. Gira su cabeza hacia uno y el otro lado y no ve a nadie cercano.
- Eso es –dice ella para sus adentros- ¡ya lo tengo!
Una sonrisa tan pícara como femenina ilumina entonces el rostro de la hermosa Lavinia, repitiéndose bajito:
- Tendré que gritar fuerte para que me oiga, así será. Gritaré muy fuerte ya que no sé nadar.
Hunde Lavinia sus pies en la tersa arena de Cuyutlán, poco a poco se sumerge hasta allá, donde rompe la primera ola verde. Donde las gaviotas amenazan con clavarse en el agua como flechas proyectadas por un imaginario arco y la blanca espuma burbujea como una tecate recién abierta.
Hoy Maurilio Carpio, tendido sobre la espesa arena, en la interminable playa de Los Ayala, en Nayarit, observa el cadencioso ir y venir del vital líquido y la franja que divide el agua salada del mar y la dulce que desemboca del caudaloso río Azul. Entonces recuerda afligido el verano del año pasado en la playa de Cuyutlán.
Su memoria lo transporta hasta el instante en que vio desaparecer dentro de la ola verde aquella muchacha, desconocida para él justo en el momento en que el sol se introduce en esa enorme alcancía que es el océano.
El recuerdo le golpea el pensamiento. Le taladra la conciencia. No olvida afligido que desesperado tan sólo acertó a gritar:
- ¡Auxilio, auxilio, se ahoga una muchacha, se ahoga! ¡Vengan rápido, que yo no sé nadar!
Una ola, otra más, no descansan. El mar parece dormitar y el horizonte se pierde en la imaginación.
amq
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