Vistas de página en total

miércoles, 17 de noviembre de 2010

ES INÚTIL FINGIR

Palenque, Chiapas.
fot. Margarita Muñoz Fuentes.
 Ni levantarme, ni despertar. No deseo abrir los ojos. Sé que ella estará esperándome. Inmóvil, rígida, con aquella su frialdad tan presente. Y sin embargo, reconozco que es inútil fingir que estoy dormido. Tan sólo prolongo lo inevitable.

Abro len-ta-men-te mis ojos, me despojo de las cobijas y doy cuerda al despertador. Como todos los días, como siempre la lentitud siendo cómplice silenciosa de mi fragilidad humana.

Ella aguarda parada en el umbral de la puerta, ahora semiabierta. No pronuncia palabra alguna, no es necesario. Yo sé bien a lo que viene, lo irremediable y tétrico de su misión. Aunque había logrado retrasar varias lunas este momento, esta vez es definitivo. Ni siquiera me atrevo a mirarla de frente. Y sin embargo, una malsana atracción me dirige hacia ella.

Al acercarme percibo un viento helado que recorre todo mi cuerpo, de manera automática me detengo ya casi al salir de la habitación, giro mi cuerpo  para dar un último vistazo a ese aposento que ha resguardado tanto tiempo mis cotidianos pensamientos y que ahora me arroja hacia espantosos y perpetuos horrores, ajenos hasta hoy para mí pero presentidos ya por ese temor a lo desconocido.

Como suele suceder, ya demasiado tarde vienen las lamentaciones, los arrepentimientos, las culpas y las autocompasiones. Cuando está ya tan  cercano el eterno martirio, recuerdo con lágrimas en los ojos, que si bien tuve momentos dignos de quien busca justificar su efímera existencia, fueron más los frustrados planes que se me escaparon en el olvido.

Porque en más de una ocasión me repetí a mí mismo como para convencerme que en “cuarto cerrado no entran amigos pero tampoco enemigos”. Porque fueron más los “ojalá” que las satisfacciones alcanzadas por el esfuerzo propio. Porque no siempre se consigue lo que se anhela pero también siempre que dije “siempre” terminé haciendo lo mismo.

Torpes, como las de un robot, mis piernas me conducen entre nubes de colores grisáceos hasta aquel enigmático espacio tan lleno de luz pero tan vacío de nadas.

Por algunos minutos pierdo el conocimiento. Ahora, al recuperarlo me encuentro en brazos de ella, de aquella mujer toda vestida de blanco, quien a gritos y entusiasmada repite: “¡es un niño, es un niño!”.
amq

No hay comentarios:

Publicar un comentario