Y es que llegó un momento en que me desesperó vivir dentro de esta estrecha casa de cristal. De cristal tan grueso y posesivo como una amante miope.
Mirándome a través de los transparentes muros de mi hogar, las grasientas caras de los adolescentes babeantes, quienes me recuerdan aquellos padres quienes extasiados, observan a sus hijos recién nacidos en sus incubadoras. Tal vez el asfixiante aire de mi morada fuera soportable, de no ser por el constante y monótono hormigueo del gas, que insolente, penetra hasta el último rincón de mi aposento.
Y sin embargo, a pesar de mi fastidioso encierro, el mayor temor que albergo es saber que algún día tendré que pasar las últimas horas de mi vida en la abultada y bofa panza de algún mediocre señor, quien sentado frente al televisor cómodamente en su sillón dominguero, calzando chanclas de hule y vistiendo la roída camiseta de su equipo favorito, se tome su coca-cola convencido que en verdad yo sí yo, soy la “chispa de la vida”.
amq
amq
No hay comentarios:
Publicar un comentario