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lunes, 20 de agosto de 2012

CINE


PELÍCULAS IMPRESCINDIBLES PARA COMPRENDER
AL MÉXICO CONTEMPORÁNEO.

Además de la formación académica, la formación cultural complementaria que otorgan el cine y la literatura, aportan miradas que permiten comprender el fenómeno social que en México fue conocido como el “milagro mexicano” de finales de los años 40 y sobre todo la pujante década de los años 50 y sus propangandistas promesas gubernamentales de “progreso”… claro está anhelando alcanzar el american way of life, al estilo mexicano.

Sin lugar a dudas es Una familia de tantas la cinta que mejor retrata dicha transformación social. El orden y la apacible tranquilidad de la familia Cataño es violentado el día en que toca a la puerta un emprendedor y hábil vendedor de aspiradoras, decidido en colocar uno de sus modernos productos. A partir de ese día, la adolescente Maru (Martha Roth) soñará con romper los lazos que la mantienen atada a su conservadora familia porfiriana.

El inicio de la década de los años 50 representó, por lo menos para los sectores más favorecidos de la sociedad mexicana, el período en que nuestro país ingresó a una modernidad que buscaba copiar un estilo de vida fuertemente influenciado por costumbres y hábitos de consumo importados desde los EE.UU. Atrás había que dejar al México rural y su idílica vida campirana, colmada de charros cantores. Así nacía la pujante clase media urbana.

El desenlace de la Segunda Guerra Mundial había enriquecido al país y el acelerado crecimiento generaba la primera generación de millonarios mexicanos desde los años del porfiriato. La clase media crecía, estudiar una carrera universitaria era entonces una garantía de ascenso social y los aparatos electrodomésticos comenzaban a invadir los hogares mexicanos, prometiendo a las sufridas amas de casa una liberación nunca antes soñada.  En adelante, los viejos abuelos habrían de ser depositados en un rincón mientras el nuevo y más importante miembro de la familia ocupaba el lugar más relevante del hogar: el cuarto de la t.v.

Los estereotipados personajes de la extraordinaria cinta de Alejandro Galindo se ven confrontados por una ruptura del orden tradicional en el núcleo familiar, lo cual desata un enfrentamiento de valores y convicciones irreconciliables. La reluciente aspiradora que trata de vender Roberto del Hierro (David Silva) borra, literalmente, el antiguo polvo que parece envolver siempre a don Rodrigo Cataño (Fernando Soler).

Atrás quedaba el México de nuestros abuelos y las promesas de bonanza del alemanismo se adueñaban del escenario nacional. En adelante nuestro país sería una sociedad moderna, rica y bien vestida…


1-  Distinto amanecer, 1943, dir. Julio Bracho; Andrea Palma, Pedro Armendáriz.

2-  Campeón sin corona, 1945; dir. Alejandro Galindo; David Silva, Fernando Soto “Mantequilla”, Amanda del Llano. Carlos López Moctezuma.

3-  Una familia de tantas, 1948, dir. Alejandro Galindo; David Silva, Martha Roth,Fernando Soler.

4-  La Familia Pérez, 1948, dir. Gilberto Martínez Solares; Joaquín Pardavé, Sara García, Beatriz Aguirre, Felipe De Alba,

5-  ¡Esquina Bajan! 1948, dir. Alejandro Galindo; David Silva, Fernando Soto “Mantequilla”, Olga Jiménez, Víctor Parra, Delia Magaña, Miguel Manzano.

6-  Salón México, 1948, dir.Emilio Fernández; guión Mauricio Magdaleno y Emilio Fernández, fot. Gabriel Figueroa; Miguel Inclán, Rodolfo Acosta, Marga López.

7-  Quinto Patio, 1950; dir. Raphael J. Sevilla; Emilio Tuero, Carlos López Moctezuma, Emilia Guiu.

8-  Los olvidados, 1950, dir. Luis Buñuel; Roberto Cobo, Stella Inda, Alfonso  Mejía, Miguel Inclán.

9-  El rebozo de Soledad, 1952, Roberto Gavaldón; Arturo de Córdova, Stella Inda, Pedro Armendáriz, Domingo Soler, Carlos López Moctezuma.

10- Espaldas mojadas, 1953, dir. Alejandro Galindo; David Silva, Víctor Parra, Martha Valdés, Oscar Pulido, José Elías Moreno, Pedro Vargas.

11- La ilusión viaja en tranvía, 1953, dir. Luis Buñuel; Carlos Navarro, Fernando Soto “Mantequilla”, Lilia Prado, Agustín Isunza. Miguel Manzano.

12- Los Fernández de Peralvillo, 1955, dir. Alejandro Galindo; David Silva,  Víctor Parra.

13- Los Caifanes, 1966, dir. Juan Ibáñez; Sergio Jiménez, Óscar Chávez, Ernesto Gómez Cruz, Eduardo López Rojas, Julissa, Enrique Álvarez Félix.

14- El castillo de la pureza, 1972, dir. Arturo Riptstein; Claudio Brook, Rita Macedo, Arturo Beristain y Diana Bracho.

15- Tívoli, 1974, dir: Alberto Isaac; Alfonso Arau, Pancho Córdova, Lyn May, Mario García Harapos, Héctor Ortega.

16- Caridad, 1974, dir. Jorge Fons (tercer capítulo de Fe, Esperanza y Caridad); Katy Jurado, Pancho Córdova.


18- En el hoyo, 2005; dir. Juan Carlos Rulfo.

¿Por qué 18 y no cerrar la lista en 20? Bueno amable lector, ayúdame para completar ésta, gracias.

domingo, 13 de mayo de 2012

AFORISMO

Contra la traición no hay defensa,
los malvados duermen bien.
                                                                                           amq

lunes, 9 de abril de 2012

Haikú

Florece cerezo
el frío deshielo
te ilumina
amq

sábado, 27 de agosto de 2011

AFORISMO

Río Usumacinta.
fot. mmf
No más 
pero tampoco menos
amq

sábado, 20 de agosto de 2011

INÉDITO DEL NECRONOMICÓN

Durante meses, en las obscuras noches escuchaba sus contundentes pasos subir lentamente por los escalones del sótano. El volumen de sus pisadas crecía y retumbaba por toda la mansión. Aterrado, cubría mi cuerpo con la cobija e intentaba conciliar el sueño.

Tiempo después una noche de luna llena, de nuevo escuché temeroso sus pisadas escalando por la escalera. Ese día sea quien sea aquella criatura sí salió del sótano. De manera pausada recorrió el pasillo hasta quedar parado del otro lado de la puerta de mi habitación. El pánico se apoderó de mi cuerpo y me impidió tan siquiera moverme o gritar.  Sus pasos transitaron por el corredor de regreso a la bodega.

Entonces llegó el día de hoy, en que un diluvio inunda a toda la comarca. El agua corre por las laderas pendiente abajo, arrastrando consigo ramas, rocas y la hojarasca. Los impresionantes relámpagos alumbran la cabaña y forman amenazantes seres con las sombras que producen.

Acostado en mi camastro, escucho las pisadas del descomunal ente subiendo, uno a uno los escalones del sótano.

- ¡Pum, pum, pum! –se escucha ahora en toda la casa- .

Al llegar a la entrada  de mi cuarto, aquel ser se detiene. Con dos secos golpes sobre el portón hace saber su presencia. Len-ta-men-te desliza el cerrojo y abre la puerta…
amq

martes, 2 de agosto de 2011

EL LOCO DEL TREN

- “Espero la llegada del tren” –le dice don Elpidio Tarrasco a Demóstenes Aparicio, sin verlo a la cara- e inclina su cabeza hacia la izquierda para ver si asoma ya la locomotora.

Siempre pulcro, elegantemente vestido con su gastado traje de paño gris que alguna vez debe haber sido negro, camisa blanca con el cuello ya sin forma, corbata negra con delgadas líneas doradas en diagonal, pañuelo blanco asomando tímido desde la bolsa del saco, zapatos de color café obscuro con señales de haber sido impecables hace ya varios años y un sombrero de fieltro con los bordes ya gastados. Don Elpidio Tarrasco, “el loco del tren” como es conocido en la aldea, espera en la estación del tren de Angangueo, al lado de su eterna maleta azul con manija de oxidado metal, como todos los días entre las 9 y las 12 horas, desde hace siete años.

Algunos dicen que don Elpidio Tarrasco, hoy ya un hombre viejo y de caminar lento, fue en su juventud un apuesto guardavías en la estación de Tlalpujahua; otros más aseguran que fue el entusiasta maquinista en la ruta que corre hacia Maravatío; algunos otros sostienen que él fungió como sotaminero mayor de la mina de Catingón; los más simplemente se burlan de él y acuden a la derruida estación para verlo esperar todos los días la imposible llegada del tren, mismo que dejó de correr por las vías quince años atrás en el tiempo.

- “Espero la llegada del tren” –le repite don Elpidio Tarrasco a Demóstenes Aparicio, mascullando las palabras- e inclina de nuevo su blanca cabellera hacia la izquierda.

A sus 39 años Demóstenes Aparicio dirige sus pasos por la calle principal pendiente arriba para vender sus manzanas en los portales. Aún recuerda que durante su infancia la estación del tren era el lugar de encuentro de la población, en el horario y los días en que llegaba, desde Zitácuaro en su trayecto hacia Jungapeo, la gente alborotada se juntaba para recibirlo. Llegaban gallardos jóvenes oriundos de la localidad quienes regresaban a pasar sus vacaciones escolares y eran recibidos en la estación por toda su familia, misma que vestía con sus mejores ropas. Las chismosas del pueblo acudían tan sólo para ver "quién llegaba" y difamar entre ellas.

- “¿Ya vieron que Anastacia Tejeda llegó sola –murmura doña Ruperta Mandujano-  vayan a saber dónde dejó al vaquetón de su marido?”.

Los señores de gruesos bigotes acudían para arrebatarse los pocos periódicos de circulación nacional y así enterarse de “lo que pasaba en el mundo". También solía llegar a la estación algún artículo electrodoméstico que meses atrás alguien había encargado por catálogo; así como medicamentos, prendas de vestir, calzado y artículos varios. Abundaba la vendimia de alimentos y uno que otro producto "pá el recuerdo del viaje".

Recién cumplidos sus nueve años Demóstenes Aparicio, supo del incendio en la mina del Carmen que se extendió hasta el barrio de la Purísima. Fallecieron doce habitantes de Angangueo. Varias familias emigraron entonces hacia Toluca, tratando de guardar en el olvido la tragedia. Justo diez años después sucedió el derrumbe en la mina de Catingón, que cobró la vida de más de veinte mineros, incluyendo a dos malacateros y al quita-pepena. Familias enteras se fueron hacia la capital y otras más hacia el norte, buscando mejores oportunidades. Angangueo se fue desahabitando poco a poco, los inviernos transcurrieon y vieron partir una a una a familias enteras. Sólo las sombras de los pocos residentes vagaban por entre los callejones y las voces de personas ya idas se escuchaban en las tardes subiendo por los tejados.

Atrás quedaron los años de bonanza del mineral de Angangueo y con ella, el interés de la compañía del ferrocarril por hacer parada en un pueblo fantasma.

- “¿Quién será la siguiente familia que se vaya?” –se preguntaban angustiados los escasos pobladores que aún quedaban- .

Entonces la estación del tren se fue deteriorando poco a poco. Primero, los Martiñón desmontaron los rieles para fundirlos y fabricar la herrería de la iglesia de San Simón; después, los lugareños usaron los durmientes como leña para calentar sus hogares durante la rigurosa nevada en el invierno del 58’. Las polillas  hicieron lo suyo y carcomieron  la madera del techo, el piso y las paredes. Las ventanas ya sin vidrios dejaban entrar por completo la lluvia, el polvo, la aguanieve de enero y el helado viento de las tardes, mismo que solía provocar un ahogado silbido como venido desde el pasado, que asustaba a los niños que acudían a la estación para jugar al salir de la escuela primaria. Por alguna extraña razón tan sólo quedó la linterna del guardagujas colgada del poste de identificación, sin que nadie se atreviese a tocarla.

Como si un rayo  venido desde los ancestrales bosques de oyamel que rodean la localidad le hubiese taladrado la cabeza, hoy Demóstenes Aparicio toma la irrevocable decisión de irse. No hay marcha atrás. Nada ni nadie lo detienen ya en aquel desolado lugar.

- “Ya tomo camino don Arcadio y no regresaré” –le dice Demóstenes Aparicio antes de marcharse a don Arcadio Toquero, el tendero del pueblo-, “aí le dejo mi cabaña pá su uso”.

Antes de dirigir sus pasos hacia el camino de terracería, en espera que transite alguna camioneta que lo lleve “dios sabe a donde”, Demóstenes Aparicio decide pasar a despedirse de la estación del tren. Ahí encuentra todavía a don Elpidio Tarrasco, el loco del tren, esperando en el andén.

- “Espero la llegada del tren rumbo a Jungapeo” –le dice don Elpidio Tarrasco, sin voletar a verlo- y asoma su cabeza.

A lo lejos, Demóstenes Aparicio escucha el agudo silbido del ferrocarril hasta que éste llega a la estación. No atina a decir nada. El convoy se detiene tan sólo un momento, lo suficiente para que don Elpidio Tarrrasco, el loco del tren, aborde el primer vagón y se siente en la ventanilla derecha, desde donde sin ningún gesto en el rostro, dirige su mirada hacia el frente.

A punto de arrancar el tren en la estación de Angangueo, Demóstenes Aparicio aborda el ferrocarril. Coloca su maleta y un bulto en la canastilla, acomoda su cuerpo dos asientos atrás del loco del tren. Se arrima hasta la ventanilla y fija su mirada hacia el centro de pueblo. El tren parte de la estación de Angangueo. Demóstenes Aparicio jamás volverá.
amq

jueves, 2 de junio de 2011

NO DUERME, SUEÑA

Sierra madre oriental, mpio. San Fernando, 
Tamaulipas.

Silvano Camacho no duerme, sueña. Tampoco mira, descubre.

- ¿Quién sos vos -pregunta Silvano Camacho sorprendido-?
 
Deposita sus herramientas con las que labora en el aserradero de Samaipata. Dos kilómetros de brecha, entre altos árboles de oyamel, añejos pinos barba de chivo y ardillas de cola dorada. Su cabaña, con tapanco donde él suele dormir y un piso de madera tableada, lo recibe con olor a resina y a bellotas quemadas.

Sentada con los brazos cruzados sobre sus piernas, abundante cabello negro alborotado que cae a los lados de su rostro, dejando descubierta su amplia y hermosa frente, una blusa de color anaranjada ceñida a su cuerpo que resalta sus abundantes senos; ojos juguetones que interrogan y una linda boca entreabierta, como a punto de guardarse una frase equivocada. Ella le ofrece una taza de cargado café caliente y una tímida sonrisa que de inmediato él reconoce.

El vapor que despide el recuelo sube haciendo espirales y termina desvaneciéndose antes de llegar al techo. Ella no responde, tan sólo le sonríe discreta. Silvano Camacho deposita su cuerpo cansado en el equipal y fija su mirada en la femenina frente que tanto le gusta.

- ¿Quién sos vos –interroga de nuevo Silvano Camacho acaso sin esperar respuesta-?  ¿Quién sos vos y qué hacías en mi sueño?
amq